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C. S. Peirce, mi filósofo favorito del Siglo XIX.

  • SPED
  • 15 ago 2019
  • 2 Min. de lectura

Por: Alexander V. Rivera Chávez

Si hacemos el ejercicio histórico de nombrar a las mejores mentes de la filosofía, es usual que se cometa, por sesgos o ignorancia, muchas injusticias. Una de las tantas es el inmerecido espacio que ha obtenido Charles S. Peirce en la constelación histórica de filósofos. En lo personal, lo descubrí tarde por un sesgo de preferencias. Su obra se desarrolló en el siglo XIX y mi mente ya peleaba por elegir entre Marx y Frege como el más importante de todos de esa centuria. No creía que alguien más podría emular en importancia a aquellos dos y tampoco estaba dispuesto a incluir a un tercero en esa disputa. Con ese sesgo empecé a leer a Peirce. Empezó, ciertamente, con desventaja, pues cargaba con la peor actitud que todo lector pueda tener: prejuicio de minusvalía. No obstante, esto no impidió que, al final, elevara su obra a las alturas junto a las de Marx y Frege. En ese momento ya no tenía un dilema: Peirce había logrado meterme en un trilema. ¡Vaya problema! El trilema se resolvió después, mientras iba profundizando cada vez más en la filosofía del siglo XX que era de mi agrado. En ese mar de ideas noté que, a diferencia de Marx y Frege (aunque debe decirse que el reconocimiento de Frege fue mucho después), cuyas ideas fueron poderosamente aceptadas en la primera mitad del siglo XX, Peirce fue mucho menos gravitante, pese a haber iniciado una nueva forma de hacer filosofía: el pragmatismo. Pero esto no tiene que ser significativo. Como se sabe, en la historia de las ideas lo gravitante no necesariamente se coincide con lo profundo y valioso. El valor de las ideas se mide por el grado de resistencia que presentan ante el tiempo, y es este aspecto donde a mi entender Peirce gana. Jakko Hintikka mencionó alguna vez que Peirce fue una de las estrellas más brillantes de toda la constelación histórica de filósofos. Estoy de acuerdo. Pero no solo por la magnitud y potencia de su luz, sino también por ser una de las que más lentamente se apaga. Leer a Peirce es encontrar muchas veces discusiones filosóficas contemporáneas. En definitiva, en la lectura de Peirce es donde uno duda de la temporalidad de las ideas. Naturalmente, esta es una opinión personal, pero pienso que en los próximos siglos seguiremos aprendiendo muchas más cosas de Peirce que de Marx y Frege.

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